sábado, 26 de enero de 2008

El exilio de Maoño

JUVENTUDES SOCIALISTAS DE SANTA CRUZ DE BEZANA

SANTA CRUZ DE BEZANA SIN BARRERAS

Víctor Casal Guillén

EL EXILIO DE MAOÑO
(Ganador en categoría 23/30 años)

…Terminé de leer el libro sin ser consciente de cuánto tiempo había pasado. Hacía un gran día y me encontraba resguardado del sol, sentado en un banco de la entrada de la Iglesia de San Mateo, a la sombra de un gran árbol. Me levanté e inhale aire con fuerza a la vez que me estiraba, respirando el aroma de las flores de la jardinera de la base del propio árbol… ¿Cuánto tiempo llevaría allí…?

Comencé a caminar con una extraña sensación, dirigiéndome hacia la fuente para refrescarme; miré antes de cruzar el espejo situado en la acera de enfrente para asegurarme de que no había peligro y atravesé la carretera por el paso de peatones.

Una vez me hube refrescado y con las suficientes fuerzas, decidí proseguir la marcha hacia “Maoño”.

Poco a poco fui caminando por la acera, pensando en mis cosas, pero con esa extraña sensación tomando cada vez más fuerza, había algo raro y que no era capaz de comprender… Observaba el camino mientras avanzaba, unas aceras de adoquines a ambos lados de una carretera bien pavimentada, que descendía hacía las escuelas para después ascender y que yo, poco a poco, iba recorriendo.

Así llegué a las Escuelas, transformadas en un centro de ocio y que, después de mucho tiempo, estaban llenas de vida. Pude observar desde la esquina en la que estaba situado el punto limpio cómo había niños montando en bici y jugando en las zonas ajardinadas, mientras un grupo de personas realizaba alguna actividad de teatro o baile dentro del edificio. Había un cartel en la puerta y hacia él fui para informarme de qué era lo que estaban haciendo.

Cuando llegué al cartel, por más que intenté leerlo, no podía descifrar qué había escrito, y comenzaba a dolerme la cabeza. Decidí sentarme un poco en uno de los bancos para ver si se me pasaba, ese extraño golpe de conciencia se hacía cada vez más pesado…

Me levanté de aquel banco y saqué algo de mi bolsillo, no estoy seguro de qué era, pero lo tiré en la papelera que había junto al banco. Sin estar seguro de qué era lo que remordía la conciencia, seguí mi camino. ¡Todo estaba donde DEBERÍA estar!

Seguí caminando, retomando otra vez esa acera adoquinada que ascendía en una cuesta no muy pronunciada y que, una vez en lo alto, descendía de nuevo hacia La Jaya.

Desde lo alto de la cuesta se dominaba el paisaje de esta parte de Maoño, incluso podían verse los montes de las zonas colindantes. Justo debajo de mí había unas escaleras que hacían más directo el descenso; por ellas me encaminé hacia mi destino. A ambos lados de la escalinata se hallaba una perfecta línea de árboles que cubría de sombra todo el camino. En estos días de sol era perfecto.

El parque de la Jaya estaba, aún, más bullicioso que el de las Escuelas. Su zona verde tenía un gran jardín, con una gran variedad de plantas y flores, mientras que el “campo de fútbol”, aunque seguía teniendo un desnivel bastante pronunciado, estaba perfectamente cuidado. Había una multitud de niños jugando ruidosamente en los columpios y otros, algo mayores, en la pista de fútbol.

Yo, sin saber muy bien el por qué de haber bajado hasta aquí, me encaminé al centro de ocio del parque. Creo que allí estaba el por qué de haberme dirigido en esta dirección y no haberme ido a casa, que había dejado de largo atrás.

Abrí la puerta y un sonido estridente comenzó a meterse en mis oídos, la extraña sensación que me había perseguido toda la tarde cobraba aún más fuerza a medida que el sonido crecía en intensidad. Cerré los ojos.

Al abrirlos de nuevo, volvía a encontrarme en la Iglesia de San Mateo, aún seguía sentado a la sombra del árbol, con el libro abierto sobre mis piernas. Miré el reloj de mi teléfono móvil y habían transcurrido un par de horas pero no había ido a ningún sitio; nada era como había lo visto.

NO había aceras, ni espejos, ni pasos de cebra, ni puntos limpios, ni tan siquiera actividades en los centros de ocio. La verdad es que prefería el Maoño de mi sueño, pero la vida real era otra y la nitidez del recuerdo se difuminaba en mis retinas…